APARICIÓN Y PERMANENCIA DE JOSÉ VIÑALS EN LA POESÍA ESPAÑOLA.
Por Andrés Fisher
y Benito del Pliego.
Desde la aparición de los tres volúmenes de su Poesía reunida (Jaén, 1995) y de su libro Animales, amores, parajes y blasfemias (Valencia 1998) la presencia de José Viñals –nacido en 1930 de padres españoles en la provincia de Córdoba, Argentina, y radicado en España desde 1979— ha ido tomando cuerpo y se ha convertido en un referente para un sector particular pero importante de la actual poesía española.
Esta toma de posición ha venido inequívocamente desde el lado del vínculo y el posicionamiento en los sectores más progresistas del escenario. Con Guillermo Fernández Rojano podríamos decir que Viñals no respetó el tácito pacto de normalización en el que ha estado sumida buena parte de la poesía española desde la transición. Su poética una de las más revolucionarias de cuantas se han impreso en España en los últimos tiempos, Viñals propone entrar a saco en la poesía y en el arte, como hace el bárbaro. Puede verse en esta intención el tipo de espíritu renovador que preside su obra.
Desde su aparición en España se sitúa en las antípodas de aquella poesía que ha constituido la tendencia dominante en las últimas dos décadas: la poesía de corte figurativo, conservadora en el uso del lenguaje y fundamentada en concepciones reduccionistas de lo real. Por el contrario, Viñals se afilia a esa rica heterogeneidad de poetas que no forman escuela y ni pretenden romper con la tradición — pues entiende que la gran ruptura ya se ha producido. Junto a ellos se ubica en los sectores más dinámicos de la poesía española contemporánea, aquellos que, en palabras de Gamoneda, en vez de aceptar y reproducir más o menos pasivamente la tradición, la desarrollan. El propio Viñals escribe: “arte es transformación; donde no la haya no habrá arte”.
Quizás como reflejo de una vida marcada por la itinerancia, uno de los ejes fundamentales de su escritura es el mestizaje, la hibridación. Junto a este, no puede dejar de citarse otro de los rasgos básicos de su vertiente ética y estética: la adscripción lúcida y adaptada a su tiempo de los idearios de la vanguardia.
No suele ser problemático referirse al origen del autor y por lo tanto, ubicarlo en un espacio cultural definido. Sin embargo Viñals problematiza esta cuestión al no renegar de su condición de argentino, de latinoamericano, y al mismo tiempo, al reclamar la condición de español, que le corresponde por sangre, por permanencia, por ser España el país donde se ha publicado la practica totalidad de su obra y porque ciertos poetas españoles son sus interlocutores preferentes y habituales. Aunque este tipo de periplos vitales y literarios no son nuevo en la historia de la literatura (recuérdese por ejemplo el nombre de Eliot), la posición consciente de Viñals ante las identidades y tradiciones nacionales dota a su poesía de una complejidad inusual en nuestro contexto.
Aunque el propio autor hable de su condición nómada sin querer restringirla ni distanciarse de los lugares que le han dado acogida, también parece evidente que su trayectoria poética está marcada por el signo de los que han creado desde otro lugar; la marca que Edward Said hace característica del intelectual en exilio, determina su manera de mirar y se hace presente en la condición híbrida que aflora a cada paso en su escritura. Una mirada bárbara tal como sentía la suya en Asia uno de los poetas fundamentales de Viñals: el belga Henrí Michaux.
Cruzar fronteras, con o sin los permisos de la autoridad pertinente, lleva consigo riesgos implícitos. Uno de ellos, y no el menor, estriba en el hecho de quién se sale del lugar acotado se convierte en un desplazado, un outsider, uno más de los del exilio, ya sea literal o figurado. Dice Said que “incluso aquellos intelectuales que han sido miembros de por vida de una sociedad pueden dividirse en insiders y outsiders”. Tal vez si Viñals nunca se hubiera movido de su lugar —si es que alguna vez tuvo un lugar que considerar propio— seguiría siendo un exiliado.
En relación con esta postura se observa en las producciones y a la historia misma de Viñals una tendencia a lo complejo, a la superposición de elementos diversos utilizados para la construcción de su identidad. En su poesía esta hibridación opera a todos los niveles, incluyendo el lingüístico, el tonal, el formal y el temático. Aparece de manera clara en su habitual superposición de lo lírico y lo escatológico, de lo orgánico y lo esencial, de lo culto y lo popular; da origen a una voz que se solaza en nombrar con elocuencia los pequeños utensilios que nos rodean, los rincones del cuerpo y su íntima fisiología; hace suya la sabiduría lírica de diversas tradiciones —desde la castellana del Siglo de Oro a la poesía en francés de Michaux, Perse, Artaud o Lautreamont—, y construye a la manera postmoderna, la suya propia; además, se las arregla para cargar de ética y hasta política a su escritura. Es este el mestizaje vital y literario al que hace referencia Molina Damiani; de él se nutre la épica simbólica que otorga un oscuro resplandor expresivo a su obra. Una obra donde la ética no es en absoluto contradictoria con una rotundidad lingüística cercana a veces al barroco, que construye para sí una belleza sucia e inteligente.
Como decíamos, en este entramado de referencias fundamentales, una que no podemos dejar de lado es la vanguardia. La práctica poética de Viñals, como corresponde a su tiempo, no ha estado marcada por la adhesión a movimientos ni a credos vanguardistas precisos, pero en ella podemos encontrar la herencia estética e ideológica de las vanguardias. La actitud inquieta e indagadora hacia el lenguaje, el desarrollo de una imagen sorprendente vinculada a la asociación inusual, la yuxtaposición de elementos significantes en el poema que no ofrecen una interpretación unitaria, un sentido del humor cercano al negro. La incorporación al campo del poema de todo elemento significante para el poeta, la imaginación exacerbada, la ausencia de límites a la hora de concebir la práctica del poema, el rigor compositivo y una crítica hacia toda actitud acomodaticia ante el lenguaje, son elementos presentes en la obra de Viñals y en la de otros poetas contemporáneos que podemos vincular a las vanguardias —en el caso español, por ejemplo, a Gamoneda.
En lo ideológico, Viñals se refiere a la poesía no como un fenómeno puramente literario al afirmar —en la línea de Breton pero lejano de cualquier filiación surrealista ortodoxa— que la poesía es una summa de las actividades del espíritu, entendido este “como quintaesencia de las energías del hombre, no como entelequia”. Viñals profundiza en la vinculación de la vanguardia con el ideario de la izquierda, en cuanto ve en ambas elementos de progreso, de emancipación y de libertad plena y responsable tanto en lo social como en el arte. En este sentido su filiación con lo que fue una de las vertientes distintivas de un sector de las vanguardias históricas manifestada en poetas de la talla de Vallejo, Neruda o Lorca y en no pocos vinculados al surrealismo francés es expresa. Vanguardia en Viñals es compromiso en contra de toda forma de opresión, de fanatismo o de explotación del hombre por el hombre.
Es imposible dar cuenta en tan pocas líneas de la complejidad y el caudal con que la obra de Viñals sigue desplegándose en España. Estas son solo una síntesis de un trabajo mayor que sigue su aparición e interpreta su permanencia. Más de veinte títulos aparecidos en esta última década dibujan con innegable aplomo una de las voces más rotundas de la poesía actual escrita en castellano.
DOS POEMAS DE JOSÉ VIÑALS
Hogareña
Sobre la mesa ruda de la cocina acaba de fornicar la Bestia. Febriles y adiposos lucen aún los glúteos de la Dama. Sin convicción, el canario gorjea. Los caracoles del jardín van por la grava cadenciosamente. Aliviada de hombría, la Bestia se adormece.
Va a caer sobre el mundo una piedra redonda del tamaño del mundo; piedra blanda y flexible como vejiga de cordero.
O no piedra, burbuja de silencio, gota de dilución de anfetaminas cósmicas, bola de azucarados excrementos.
Caerá, porque si no el colapso carece de sentido. La Tierra es infinita, robusta, indestructible.
Ubre sagrada de la vaca del clima, dame la miel de tu coñac, la hormiga roja del sabor. Caiga la piedra, la Tierra es infinita.
La Bestia añora su profusión de apocalipsis diurnos y nocturnos. Quiere catástrofes la Bestia, sismos ortogonales de previsibles pitagorerías. Quiere el orden fragante del desorden, quiere la flor podrida. Quiere la bomba fétida inodora. Quiere la explosión de la cólera del muerto.
Bebe la Bestia pero no acaba de beber, y se chupa los dedos untuosos todavía de margarina funcional, de grasitud del sexo. Insatisfecha, débil, carcomida como un olivo de mil años.
Va a caer de rodillas, compungida de blandísimo amor. Va a emprender su cruzada de cuchilladas tiernas. Va a darle cuerda a su reloj. Va a armar barullo por los prados celestes, como dios la echó al mundo, babeando por su inflamado genital de escarcha.
Ay, Bestia herida, no hay pudor en el cielo que cubra tu eximia borrachera. El amor tiene trazas de alacrán que emponzoña las laderas del alma. Vas a morir, carroña luminosa, ebria serpiente enamorada. Tras la fornicación resurge la miseria. La Dama se ha hecho humo. El alcohol regurgita. En el cielo de invierno se devoran los pájaros.
Mujer de amor con mi apellido
En el nombre de raza jubilosa de la cebra (hembra y macho); en el nombre de torpe movimiento del elefante (macho y hembra); en el nombre soberano del tigre, dulce de la gacela, mortal de muerte negra de la cobra; en nombre de la fauna de la selva de ignoto instinto e ignorado destino.
En nombre de la estrella polar y de los círculos ártico y antártico; en nombre del lucero del alba y las constelaciones pitagóricas, serenas y acordadas; en el nombre de las mareas, del tifón gris, del maremoto terrible, de la luna, del cachorrillo de oso de los hielos.
En el nombre de la bellota negra, la cebolla contrita, los fundamentos del ajo y el aceite; en el nombre rizado del perejil; en nombre del maíz de espiga promisoria; en nombre de las varias dulzuras del ancho repertorio orquestal de los frutos de las cuatro estaciones; en nombre de los frutos extraños, el aguacate, la chirimoya, el mamey, la papaya y el mango, y otras carnes melífluas de los trópicos, así como de los almibarados y admirables, jugosos y salvajes frutos ecuatoriales.
En nombre de los vientos sagrados de bellísimo nombre: el aquilón, el bóreas, el austro, el cierzo, el siroco, el pampero, la brisa que soplaba en las lecturas de Paolo y Francesca, la que ondulaba las cortinas del cielo de Buda y la Gioconda.
En nombre de las aves de ornato, aves de ex-libris, ceremoniales, de atrevido diseño, el pavo real, la cigüeña, la garza, la lechuza, el pelícano, la cacatúa, el loro, el papagayo, el halcón y hasta inclusive el cisne de las mitologías.
En nombre de las partes pudendas, el pene enhiesto, la vagina fragante, los testículos en su zurrón de cuero deleznable, y aún la geografía de la erogenia y sus osados huecos y promontorios. En nombre de la cópula sagrada y de la suave lengua y sus designios sorpresivos.
En nombre del nacimiento, la muerte y la resurrección de los lobeznos humanos, y de los dioses de perfil podrido.
En nombre de las guerras, pestes y otros desastres naturales o del laboratorio de la muerte sin nombre.
En Tu nombre.
En tu nombre, Mujer de sílabas silentes. Hembra, Mujer, Esposa, Hermana putativa e incestuosa, Madre de los secretos de mi sangre y de la sangre de mi sangre, Cómplice de ignominia y dolor, y Camarada del desvelo y hembra de carne y hueso de mis urgentes escozores.
En Tu nombre, como creyente de Tu nombre sin tretas, Novia perfecta, inacabable, me pongo de rodillas.
1 comentario:
Estimado Julio: buscaré libros de Viñals, del cual he leído algunos pocos textos, muy bueno.Genial la entrevista en Letralia, ya conversaremos esos puntos. Este Viernes 1 de Junio tendremos otro Sótano de Dios, si andas en Z, ya sabes. Bienvenido a la Blogósfera y ya charlaremos, abrazos. Eduardo Fariña.
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