Patricia Esteban
EL RESCATE INVISIBLE
Amargord Ediciones, Madrid, 2005.
Por Olga Muñoz
Tomo el libro de Patricia en las manos y empiezo a inspeccionarlo. Leo la solapa, donde aparece una fotografía partida en dos: a un lado Patricia, meditabunda. Se afirma en el texto que “su capacidad de desdoblamiento no conoce límites”. Leo después los títulos de las secciones: poemas entremedios, poemas entresueños, poemas entrevistos. Y el epígrafe de Pierre Reverdy que encabeza la primera parte:
Somos dos
En la misma línea donde todo se alinea
En los meandros de la noche
Hay una palabra en medio
Confirmo que todo insiste sutilmente en lo mismo: lo doble, la división, la línea desde la que se percibe el otro lado (poemas entremedios, entresueños, entrevistos). “Somos dos”, dice Reverdy, y “Hay una palabra en medio”.
La poesía de El rescate invisible creo que se ocupa de eso que permanece en medio, se ocupa de ese punto desde el que se va doblando o desdoblando la realidad. La primera parte, por ejemplo (titulada “Poemas entremedios”), recoge textos que están divididos visualmente en dos mitades.
Con estos poemas, tengo la sensación de que la poesía de Patricia en este libro se va construyendo como quien arma un juguete de papel. La papiroflexia consiste precisamente en eso, en tomar una hoja e ir doblándola más y más hasta hacer aparecer un objeto liviano con numerosas caras. Los poemas de Patricia se forman también así: se toma la realidad, se la dobla y desdobla, se juega con ella, se yuxtaponen personajes, se enfrentan situaciones... una misma anécdota se convierte en el eje sobre el que se apoyan dos versiones distintas.
La segunda sección (“Poemas entresueños”) lleva una cita de e.e. cummings: “(...) todos los mundos están condenados a ver a medias”. Como anuncia el título, el sueño es protagonista de estos versos. Se percibe de nuevo otro desdoblamiento: el sueño es una visión más, es una cara más de las muchas del poema. En esta segunda sección se encuentra el texto que da título al libro: “El rescate invisible”. En él se cuenta cómo van deshaciéndose los cuadros, como la pintura va borrándose de las obras de arte más conocidas de los museos. Sigue a éste el poema que empieza “Perdida ya la forma”, que recrea el movimiento de un cuerpo hecho pedazos que intenta reconstruirse. Leemos: “Perdida ya la forma / el tronco y la cabeza se desatan. / Ocultos tras la horma / sus límites rescatan / las piernas y los brazos y se abrazan.” De estos dos poemas me interesan mucho la idea de “rescate” y la idea de “límite”. Hay que rescatar entonces esos cuadros que se van difuminando, hay que lograr fijar los límites de un cuerpo que es un rompecabezas.
El libro de Patricia, como su título indica, propone este rescate invisible. Un rescate de la realidad desde el límite: el límite que separa una cosa de otra (poemas entremedios), el límite que separa la vigilia de lo onírico (poemas entresueños) o bien el límite juguetón que se traspasa en el texto cuando perseguimos un numerito que nos envía a pie de página (poemas entrevistos, la tercera sección).
Por eso también se propone y traspasa un límite más en la poesía de Patricia: el límite que separa autor, texto, lector y protagonista del poema. Entramos ya en el ámbito textual, un ámbito del que es imposible salir a partir de la mitad del libro, desde “Hiperacusia auditiva”, donde un escritor de diálogos para novelas en serie comienza a oír el guión que precede gráficamente la intervención de un personaje. En estos poemas el lector decide cómo desarrollar el texto que se le ofrece, y se convierte entonces en un lector titubeante: “(...) la botella cae al agua (...) Se arrepiente, / haber infravalorado la capacidad heroica de un recipiente” (pág. 42)
Dice otro poema: “Cuando sales del vagón del metro y ves a una persona ciega en apuros, la coges del brazo para orientarla hacia la salida y se va la luz y es ella quien te orienta.” Esto sucede con el libro de Patricia: como lectora, empiezas a leer pensando que podrás comentar luego los poemas, que podrás argumentar tus conclusiones tras la lectura, como sucede con otros poemarios. Pero empiezas a leer y son los textos los que te llevan, los que te guían. Tú no puedes conducirlos ni colocarlos en ninguna parte. Son poemas que más bien te sitúan a ti como lectora, poemas nada tranquilizadores, afortunadamente.
Y además los poemas de Patricia no sólo guían al lector sino que también lo observan, lo acechan. Se intercambian una vez más los papeles: el lector lee el texto, lo mira (una poesía con un componente visual fundamental), pero se percata luego de que el texto está pendiente de sus reacciones, el poema lo ve leer. Esto sucede muy claramente en el poema titulado “Actos de habla”, donde el numerito que nos envía a la nota al pie nos anuncia su presencia y espera impaciente a que hagamos el recorrido obligado desde el cuerpo del texto hasta las líneas inferiores de la nota (“Le he estado observando durante el descenso, ha titubeado, pero finalmente está aquí y aquí permanecerá hasta que terminen estas líneas, en ese momento usted deberá subir rápidamente. Yo le haré señas desde el mismo lugar en el que nos vimos por última vez allí arriba” (pág. 58).
La poesía de Patricia trabaja con la realidad lúdicamente, sin sentimentalismos que distraigan de la práctica que se propone. Esta certeza me ha hecho recordar una cita de Joseph Brodsky:
Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que no alimentarse de la vida sentimental de uno es una virtud. Hay siempre bastante trabajo por hacer, por no mencionar la gran cantidad de mundo que hay fuera de nosotros.
(Joseph Brodsky, Marca de agua. Traducción de Menchu Gutiérrez. Madrid, Siruela, 2005, pág. 71).
Con este libro se nos ofrece el juego de doblar y desdoblar el mundo como si fuera una hoja con la que armar cualquier figura (un barco, una pajarita, un avión), para luego observar qué caras la conforman, cómo se enfrentan unas a otras, si son numerosas o no. Y nos permite, además, protagonizar el rescate de la realidad desde sus límites, hacer nuestro propio rescate invisible.
TIRONÍRICO
Tenso el arco.
En el instante preciso del disparo despierto.
Llaman a la puerta.
A tres manzanas de aquí
la flecha da en el blanco-sueño de alguien
que aún duerme.
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