La travesía del hombre barco de Francisco José Sevilla
por Patricia Esteban
¿Y si no hubiéramos empezado a decir y, sin embargo, una estela de sentido atravesara el aire con inesperado ademán de lenguaje? Retomar la metáfora suspendida de la realidad: en esa y en otras riesgosas direcciones se tiende la escritura en La travesía del hombre barco de Francisco José Sevilla. Discurso incomenzado e interminable, el poema cuestiona aquí su consabida consistencia de poema. Ya desde la exterioridad de los textos, desde su intrincada irregularidad, se pone de manifiesto que no será este un lugar para mensurables certezas. Lo endeble, lo indistinto, lo que podría llegar a desvanecerse constituyen la sustancia que hace posible la fulminante presencia de lo poético. Leemos en uno de los poemas: “especialmente/ atrae/ cuanto/ de/ imperfecto/ deslavazado/ e/ inven-/ ci-/ ble puedan/ te-/ ner/ unos versos/ que/ se/ resisten/ al/ olvido/ de/ las generaciones”. La fragilidad no deja de exhibirse como ejercicio de máxima resistencia en la palabra. Imprecisión exacta en la que resuena la intuición barthesiana de que si la literatura es posible, es sólo gracias a que el mundo no está hecho.
En el pulso con lo inesperable radicará el mayor reto para el lector de estos poemas. Resulta significativo el “Poema-anfitrión” que lleva como subtítulo “(Oda contra la farsa)”, frontispicio del libro a modo de advertencia de que, aun con los brazos abiertos, no se nos recibirá con el decoro forzoso de los buenos modales poéticos. El lector que quiera transitar por estos versos deberá comenzar por desenmascararse, y para este gesto contra las falsas apoyaturas culturales la consigna es clara: “ríanse de sus propios egos”.
La travesía posible por el libro no es lineal, pero traza una sostenida línea en cada una de las tres partes designadas como “Showmanship”; apropiación del sentido foráneo que evoca el nombre del “hombre barco”, personaje de habla flotante, orador en la intemperie de la intimidad que inunda de impostura casi inconveniente el espacio extrañamente público de la lectura. Entre las acotaciones musicales que puntualizan el tono de cada una de las partes, los “solos de violín” que abren y cierran el libro, y que referirían el momento de máxima suspensión melódica a punto del desmoronamiento de la avalancha orquestal, anuncian una cualidad formal presente en los poemas: la verticalidad extrema de los versos, antenas-filamentos, palabras de perfil, adelgazándose en la página, no por esencialidad silenciosa, sino por la sacudida veloz del acontecimiento poético. Tendidos por un instante en el aire, parecieran decidirse entre la fugacidad temporal del decir y la evanescencia de un trazo sin caligrafía. La oralidad, fundamental en estos textos, será entendida no como pulso con los modos transcriptivos del habla, sino en una inmediatez ferozmente comunicativa de lo metafórico, la de una cotidianeidad del decir dada la vuelta. En esta cercanía se produce una conexión generosa con otras disciplinas artísticas, obras, autores, melodías, resonancias explícitas y encubiertas de vivencias estéticas que multiplican el espacio perceptivo de la lectura: “En mi espejismo colectivo/ unos 600 ó 700 insectos de Joan Miró hacen suyo un poema/ de Wallace Stevens,/ lo respiran delgadamente en el ramear de pinares orilleros”. Incluso las numerosas dedicatorias no dejan de ser significantes: saltan de la privacidad fraternal a la página para dotar de una textura coral a los poemas.
La tendencia a lo vertical es también indicio de un intenso trato con la finitud. A lo largo del libro se trastocan una y otra vez los motivos clásicos sobre el paso del tiempo, esbozándose a modo de epitafios formas de pervivencia como la del amor o la naturaleza: “Por huesudamente aún tenernos cerca/ como apetencia. Quisiera que bajo esto/ no/ hubiera silencio. Clasificáramos nubes”. Celebración de la huida del tiempo en una confusión de épocas y momentos vitales, con el convencimiento de que la contemporaneidad sólo es tal en la irreverencia del anacronismo. Mediante un posicionamiento frente a la ilusión de una actualidad absoluta, el poeta nos permite traspasar el frío límite de las representaciones. En “Homenaje a Pieter Brueghel el viejo. Paisaje nevado”, la distancia con el cuadro se confunde con la linde de una barra de bar donde fuese posible hacer una petición de siglos al camarero. Apasionante indiferenciación psico-semántica, por la que el lector estará tentado de perderse patinando en el estanque helado de Brueghel bajo “el detalle trágico de un negro pájaro/ sobrevolando en forma de cruz el valle/ ¿miniatura de la muerte?”.
Confusión como rasgo esencial de la dedicación poética. En La travesía del hombre barco el poeta no es aquel que busca ocultas correspondencias, sino el que es capaz de prescindir radicalmente de la diferenciación; leemos en una de las “anti-poéticas”: “Si quieres llegar a ser algún día un poeta/ te es imprescindible y necesario confundir lo identificable y obvio;/ la confusión gaseosa de conceptos y sentimientos es el principio/ de una gran amistad con la fidelidad de lo invisible”. Proposición que nos permitiría confundirnos con la representación del poeta y brindar con su propia mano, aun ante el peligro de ahogarnos en la sombra, como aquel venerable oriental enamorado de la luna. En ese riesgo seguimos la estela de la poesía, no estamos a salvo y sin embargo, etc.
UN POEMA DE FRANCISCO JOSÉ SEVILLA
VARIACIONES DE: “CUIDA DE TU IMAGEN EN EL ESPEJO”
Homage á Wallace Stevens
Barcas
de fibra de vidrio y resina de poliester cruzan
el canal...
Un sol de glaseados vidrios acentúa la mediatarde,
(completada a complejos democristianos),
(inciso):
El sol se entiende políticamente solar...
En mi espejismo colectivo
unos 600 ó 700 insectos de Joan Miró hacen suyo un poema
de Wallace Stevens,
lo respiran delgadamente en el ramear de pinares orilleros.
Y barcas,
barcas embudándose en el canal sin puentes de pintores.
Naturaleza práctica y omnívora sin poesía ni belleza.
¿Qué significado o valor igual a éstos encerrará
mi visión del conjunto; promesa de nieve o sintética cadena
perpetua de la realidad inamovible?
Y qué, para no incluirme en este grabado a mano por algún artesano.
Los poetas, pienso, viven metidos de lleno en postales inútiles y etcs...
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